11 ago 2006

El Jardín

Llegaba a mi casa y me disponía a prepararme para ir a dormir eran las 9:30 de la noche y aunque paresca muy extraño hoy en día, en aquel entonces la vida terminaba a las 8:00 PM., para la mayoría de las personas, no había series de televisión que seguir (pues casi nadie tenia televisores), ni música que escuchar, ni lugares que frecuentar y mis hermanos yacían bajo un submundo creado por ellos mismos, al amparo de un quinqué y del susurro de pollos vacas y cerditos que dormian en el corral.

Volvía entonces a esa hora de la secundaria, tenía que estudiar de noche, pues cuando vivía mi papá, no me permitía hacerlo, el creía protegerme y darme lo mejor, es decir una vida con pasaporte todo pagado a ser la mejor ama de casa; ¡gracias a Dios! a mi mamá siempre le pareció que existía una tangente a ese camino, aunque ella no hubiera tenido la plena seguridad de haberla conocido.

Entonces al estar preparandome para ir a dormir tuve necesidad de ir al baño, pero éste no contaba con un sistema de agua en la letrina, por tanto había que ir por una cubeta y atravesar el Jardín para llegar al pozo recolectar agua y llevarla de regreso al baño; pensé entonces que no necesitaba acompañarme de una vela, para iluminar mi camino, pues la tenue luz que caía de la luna sobre las plantas del Jardín de mi mamá, creaba una atmosfera muy particular, resurgía en todas ellas un brillo azul plata que se perdía poco a poco en un duotono de matices negros y verdes, el follaje en algunos casos tan denso y pesado creaba nubes negras que se movían ligeramente a raz del piso por una ligera brisa, que aún en aquella quietud sonora emitía un gemido, un suspiro como el de alguien quién no quiere ser visto.

Empece por dar dos o tres pasos chiquitos, a pesar de que mis zapatos tenían suela dura, me dejaban tocar todos los bordes e imperfecciones de las piedritas de rio, que habían sido "paciensudamente" puestas una tras otra, creando un caminito que por muy poco dejaba libre del roce de las ojas y los tallos largos de algunas plantas. Mi falda se contoneaba junto conmigo, pero de vez en vez tomaba su propio camino ayudada de la mano de la brisa que también ahí estaba.

Respiré... ondo y profundo, lo más que pudieron mis pulmones ... exhalé, sin mover la cabeza levante la mirada hasta toparme con ese gran ojo, esa luna que me miraba extaciada, que no parpadeaba y que ponía en mí una tensión, un nerviosismo un aumento en mi ritmo cardiaco... pum, pum, pum...acelerando.

Cierro los ojos.

Decido pronto caminar a mi objetivo, la cubeta, dejarla caer en el pozo con una cuerda subirla, no importa cuan pesada esté y regresar sobre mis propios pasos y terminar aquella faena.

De repente... alguien toca mi falda.

Y no me suelta, me ha tomado por la parte tracera, la sostiene, sospecho entonces por cierto cosquilleo que gran parte de mi pierna, de mi muslo y hasta mi pompi, pudieran estar expuestas. ¡Oh Dios! es un hombre y me esta viendo , mi corazón ha enloquecido de mi frente empiezan a surgir algunos otros caminos, ¡sudor frío! que baja por mi cara, mi cuello y aún más abajo; no sé ahora, mi respiración es jadeante... pero un momento porqué no me ha soltado, acaso querrá que me de la vuelta; ¡ni pensarlo!, ¡Jesús, María y José! y todos los Santos juntos unidos o en caravana, los he bajado del cielo y ninguno es capaz de ayudarme.

¿Porqué? ¿Porqué?, no me suelta, mis trenzas tan largas que llegan abajo de mi cintura han quedado como un par de ramas secas a mis costados, no me muevo; la simpática cosquilla que había empezado por acariciar mi falda ahora se ha posado en mi pierna, toda fría y envolvente, la ha endurecido, inmobilizado y amenaza con llegar a la otra pierna, ¡no!, ¡no puedo no tengo el valor de voltearme!, mis pensamientos ya no conducen ningún movimiento voluntario, mucho menos involuntario, ahora pongo atención en mi estómago, se ha empezado a comprimir y un revoloteo de olas empieza a subir poco a poco desde mi vientre a mi cuello, voy quedando inmóbil.



Que es lo que quiere, no me ha tocado más que la parte baja de la falda, no me ha dicho nada, no ha susurrado nada, no me ha llegado ningún olor diferente, es más tampoco se ha movido nada.

Acaso podría ser peor... acaso... no sé, tal vez podría NO ser un hombre, entonces ni todas mis neuronas juntas podrían si quiera crear un boceto de ese algo que me tiene sostenida por detrás, sólo hay un nombre para ésa cosa detrás mio. Es un "MOUNSTRO".

De repente entre tanta confusión la risa de Estéban mi hermano mayor, se oye a lo lejos... seguido de las risas de mis otros hermanos y creo que de algun otro hombre más espero un poco que la sonoridad valla decreciendo, porque estoy dispuesta a gritar desde mis entrañas, tan fuerte que creo que lo haré aún más fuerte que cuando grité por primera vez en este mundo.

Entonces cuando mis pulmones, mi garganta, mis cuerdas vocales están listas para dejar salir la mayor masa auditiva nunca antes escuchada, mi falda recibe un tirón más, un jalón, (pero no se crean que es brusco) es apenas perceptible es hasta cierto punto lindo es como una caricia, un pequeño vaivén, una suavidad tan precisa, tan exacta, que es capaz de ahogar por completo el grito que queda a una muela antes de salir de mi boca.

Es un momento inolvidable, por una parte me siento traicionada por mi cuerpo y mi mente que han socabado la exaltación tan profunda de pedir ayuda, por otro lado crece en mi tan rápido como la fugacidad de un rayo en el cielo, esta curiosidad por saber porqué han jalado un poco más mi falda.

Sin pensarlo mis ojos caen al suelo y de entre la multitud de piedritas que se agolpan una tras otras empiezo a ver la trayectoria que despide un minúsculo cuerpo, medio amarillo y medio blanco, delgado y sutil, hago un esfuerzo por enfocar bien aquel objeto, abro más los ojos y descubro que tan sólo es un pétalo de rosa.

Es un pétalo de rosa de Castilla, amarillito casi blanco, y que sin importarle más mi estado, sigue su camino acompañado de la brisa que juega con él y lo pasea entre piedra y piedra.

Para mi ha paso una eternidad, tal vez siglos, desde que sentí el primer jalón en mi falda y que aún no ha sido soltada, es más creo que he visto pasar toda mi vida, la de mi madre y la de mis hermanos en ese momento, he notado y he sentido a parte de mi aterración (a este lugar y momento) como mi cuerpo me ha abandonado, privado en él mismo sin manera alguan de moverse, he visto como cambió mi vida en menos de un minuto, tal vez un minuto es demasiado pero ahora no puedo contar los segundos, porque no hay cuenta, no hay forma de contabilizar nada, como sea este miedo.

Este miedo que ahora lo es todo que es embriagador e inmobilizante, este miedo que ha asumido el control total de mi cuerpo, que ya no repara en nada y casi también termina por tomar el control de esta mente que trata de contar las mil y una cosas que puede haber tan sólo en un instante.

Entonces sin haberse anunciano llega a mi mente un recuerdo agrio que guardaba en mi corazón. Cuando mi papá murió lo llevamos a enterrar en procesión, casi toda la gente del pueblo nos acompañó ese día, la callesita que da a mi casa estaba llena de personas que esperaban ver pasar al féretro y decirle un último ¡hasta pronto! a mi papá. Yo tenía 9 años. Caminaba entonces a un lado de mi mamá, tomada de su brazo, las puntitas de su rebozo me hacían algunas cosquillas, y recuerdo que la fotografía que tomó mi corazón de ese momento tenía un sonido, era el repique de las campanas de la Iglesia del pueblo, serias pacientes, sonoras y ahogadas en ellas mismas dinggg......... dongggg.......... se escuchaba a muerte, a muerte fresca y a un "Adios" prematuro, porque yo no quería despedir a mi papá, no quería dejarlo en esa gente, en esos pasos, menos aún en esas campanas.

diiiiiiiiingggggg............ dooooooooongggggggg.............

diiiiiiiiingggggg............ dooooooooongggggggg.............

Entonces me di cuenta del parecido de mi recuerdo con lo que estaba viviendo, ahora a mis 16 años parada en el Jardín de flores de mi mamá, yo no hubiera querido que mi papá se fuera ayer... y hoy... yo misma no quería quedarme ni un instante más que digo ni una exalación más, atrapada ahí, por la parte tracera de mi falda.

Así que con el último suspiro que puede tener alguien, el último grano de fuerza, la última lágrima, el último latido, la última esperanza, levanté mi brazo lo más alto que pude y lo dejé caer sobre mi falda, como si la fuerza de gravedad de la tierra hubiera aumentado por lo menos unas 100 veces; soltándome entonces de aquel o aquello que me había tenido inmobilizada de cuerpo y alma... en el acto mi mano sintió como algo hería la parte baja de mi muñeca y recorría el contorno hasta legar a la punta de mi uña, dejando tatuada una línea roja líquida. Mis ojos observaron entonces una lluvia, de objetos pequeños y sensibles que danzaban en el inherte espacio, suspendidos en el tiempo he irremediablemente callendo uno tras de otro, estos objetos eran pétalos de rosa de Castilla, amarillita casi blanca, que habían quedado atorados bajo mi falda, pues las espinas de la rama de esta rosa habían atrapado a mi falda, a mi vida y a mis más oscuros recuerdos.

Hoy tengo 62 años soy mamá de Zayury y le he platicado varias veces esta anégdota para que ella la escriba y hoy tú la puedas leer.

1 comentario:

Mau dijo...

HERMOSO. no hay más. ví TODO lo que describiste. TODO. gracias.