31 mar 2009

Vagabundo.

Mi bicicleta y yo éramos uno mismo, siempre la acompañaba a todos lados. ¿Debería decirlo al revés?.

Algunas veces íbamos a la tienda de Doña Carmen, otras por las tortillas, incluso ir al mercado que quedaba a menos de 60 zancadas de mi casa, mi Vagabundo me acompañaba.

Otras veces nos íbamos a darle la vuelta al litoral de mi colonia, encontrábamos algunos peligros, perros necios que nos seguían, uno que otro objeto voluminoso que esquivar y salir victorioso de cuanto camino esculpido en lodo encontráramos.

Nunca hubo tanto peligro hasta que, en una ocasión mi mamá me mandó al tianguis.

Sabía bien que no podía dejarla descansar en ninguna esquina, ni recargarla en ningún puesto, tenía que estar siempre pegada a una parte de mi, sentirla ahí, conmigo.

De repente algo llamó mi atención, un objeto había caído debajo del puesto, rápido asomé a verlo, justo entonces unos ojos se atravezaron en el espacio entre el objeto y yo. Esos ojos tenían un gris de mal ambiente, de miseria, de astío. Su voz alteró ese momento, decía aquel hombre: "¡Gracias Virgencita, por mandarme tu ayuda, gracias!, y luego dirigiéndose a mí me dice: "Vámonos allá dónde no haya gente, es mucho dinero, y nos lo pueden a quitar".

¿Dinero?...

Eso que cayó debajo del puesto es dinero. Y mucho. Un gordo fajo de billetes.

Lo repartiríamos en partes iguales, pues ambos lo vimos caer, caminamos hacia la esquina donde empieza el callejón, me preguntó que si era mio, le dije que no, también dijo que no era suyo, por lo tanto lo justo era dividirlo, pero sólo en 2 partes. Mitad de ganancia.

Vagabundo seguía conmigo, un tramo ella me llevó, otro caminé a su lado. En todo el trayecto mientras nos apartábamos de las otras miradas que pudieran en algún momento pedir una parte del gran fajo de billetes, el tipo de mirada gris no dejó de repetir en cada paso: "¡Gracias Virgencita, por mandarme tu ayuda, gracias!.

Llegamos a un sitio, él lo consideró seguro para hacer la división, en ese momento volvió a sacar el fajo de billetes, sólo que ahora venían envueltos en un paliacate rojo, al siguiente respiro se nos acercó otro hombre.

Un señor, ya grande, de mal humor, obeso de corajes y con voz aguardientosa, pregunta que carajos hacíamos ahí, que estábamos ocultando, luego afirmando suelta la siguiente frase: "¿Que se robaron cabrones?".

A mí ya me temblaba la consciencia, preferí mejor quedarme callado, el otro tipo tenía el fajo de billetes y unos cuantos años más que yo, creí que él podría mentir verídicamente y salvar "nuestro" dinero. Empezó medio hilando una idea con otra, después de unos instantes resultó que yo era su primo, que él había ganado ese dinero y que yo iba a ser el encargado de llevárselo a mi abuelita; el obeso de corajes me veía, y yo apenas movía mi cabeza asintiendo. Llegó a tal grado el monólogo de mi "primo" que en un arranque me puso el fajo de billetes en la mano, mientras que en un movimiento de ligas mayores tomaba de rehén a mi Vagabundo; "Ándale, pícale pal otro lado de la calle, en un rato ahí te veo".

En ése momento ni todo los fajos de billetes del mundo eran más importantes que el miedo a no volver a ver más a mi Vagabundo, de no sentirla, de no volver a correr en ella, de no volver a viajar a cualquier esquina de mi mundo en sus ruedas.

No tuve opción, se alejó rápidamente, y los minutos se me hicieron eternos, volví y esperé, por mucho tiempo, sabía que ya no iba a volver mi Vagabundo. Saqué de la bolsa de mi pantalón el paliacate rojo, lo abrí, dentro sólo había un fajo de PERIÓDICO.

11 mar 2009

Eso no pasa en México.

Mientras desayunaba, puse el canal de noticias.

11 de marzo, pero del 2004 ocurre una gran explosión en una estación del Metro de Madrid España, "En Atocha". Varias personas mueren y otras más resultan con heridas severas.

Corte a: Entrevista con uno de los sobreviventes.

Un chico de 23 años cuenta su experiencia y admite que recuerda muy poco de esos momentos pues quedó en coma por 3 días luego del estallido. La parte izquierda de su cuerpo no responde a ningún estímulo, ha quedado un poco sordo y la capacidad de su vista ha disminuido.

Luego entrevistan a su madre.

Primero dice, que da gracias a Dios, porque su único hijo aún está con vida, luego agrega que perdió mucho, cuestiones físicas, pero sobre todo PERDIÓ A SUS AMIGOS, refiere que ellos no lo acompañaban en ese momento, pero que después lo abandonaron. La entrevistadora hace otra pregunta, pero la Señora vuelve a insistir en que sus amigos lo dejaron.

No me imagino, pasando por algo así como ese atentado y luego ver que mis amigos me abandonan.

Creo que eso no pasa en México.